lA LEY NATURAL A LA LUZ DE LA RAZÓN
MEDIA HORA CON ARISTÓTELES
Aquella mañana me desperté con el delicioso olor que venía de la cocina: pan recién
horneado, cilantro, hinojo y otras especias. Elina, nuestra esclava, debía de haber estado
cocinando desde temprano porque esa noche se iba a celebrar un gran banquete en
honor a Aristóteles ¿Y quién es este individuo? El famosísimo filósofo griego acababa
de llegar a la isla de Eubea. Aristóteles: padre fundador de la lógica y la biología,
discípulo de Platón y alumno durante mas de 20 años de la prestigiosísima Academia de
Atenas. Además, maestro de Alejandro Magno hasta que éste empezó su carrera militar.
Después aún tuvo tiempo de fundar el Liceo en la ciudad de Atenas. Pero cuando
Alejandro murió hace sólo un año escaso, Atenas se volvió un lugar incómodo para los
macedonios, y Aristóteles viajó a nuestra ciudad ¡Qué gran mortal!
Salí del cuarto y pasando por el patio interior me dirigí al cuarto de mi hermano
pequeño, Fixus. Éste seguía durmiendo y en su dulce cara de tan solo cuatro inviernos
había una sonrisa que demostraba que soñaba. Yo, por el contrario, no había
descansado. Me había pasado toda la noche cavilando. Pero… ¡perdonad que no me
haya presentado! Debéis de estar intentando averiguar mi identidad ¿Quién es este
curioso individuo que sufre insomnio? os preguntaréis. Pues mi nombre es Dicearco,
hijo de Hermias, antiguo gobernador de Aso en el Asia Menor y actualmente rico
comerciante. Papá, de quien yo había heredado mis ansias de conocimiento, había
estudiado en la Academia de Platón junto al ilustrísimo Aristóteles, y ambos habían
mantenido una fiel amistad desde entonces. Ésa era una de las razones por las que el
filósofo oriundo de Estariga había escogido nuestra polis como nuevo lugar de
residencia. Desde que conocí la amistad que le unía con mi padre mi gran sueño era
conocerle y convertirme en uno de sus peripatéticos
.
Ya llevaba varios días esperando esa noche. Aunque Aristóteles había estado varias
veces en mi casa, nunca había podido hablar en privado con él, y estaba decidido a no
perder otra oportunidad. Quería preguntarle sobre un asunto en particular, pues ya hacía
varios meses que me había surgido una duda: ¿Por qué hasta el más ignorante de los
seres humanos y criado en un ambiente bárbaro era capaz de actuar moralmente?
Muchos eruditos estudian el bien y el mal desde hace siglos, pero es un hecho real que
todo el mundo sabe que atentar contra la vida es algo reprobable: no hace falta una clase
magistral para entenderlo y hasta mi inocente hermano Fixus llora cuando vamos al
templo a ofrecer un toro a los dioses. La primera vez que presenció un sacrificio sus
gritos llamándonos asesinos llenaron toda la sala.
Por fin llegó la tarde y nuestra casa se fue llenando de comerciantes, generales,
diplomáticos… y entre todos ellos, Aristóteles. De presencia portentosa y cana barba
rondaba los 60 años. A mis ojos su edad no minaba su magnificencia. Para mí era como
un dios y yo estaba ansioso para que me llenase de su sabiduría.
Después de la cena, en la que Aristóteles ocupó el qrovno o asiento principal, el erudito
salió al jardín claramente agobiado por la atención que le estaba siendo prestada. Yo
sabía que deseaba estar solo, pero también sabía que no podía perder esa ocasión.
Siguiéndole sigilosamente le asalté por la espalda:
- Aristóteles…- le susurré emocionado.
Éste dio un respingo claramente asustado pero sonrió al reconocerme. Mi padre ya le
había hablado de mis intereses por la filosofía.
- ¡Oh! Dicearco, mi joven amigo ¿Qué puedo hacer por ti?
- Verás, tal vez te parezca un asunto sin importancia… pero hacer mucho que
busco una respuesta…Y como decía tu gran maestro Platón: “Si bien buscas,
encontrarás”. Por eso acudo a ti.
- Espero poder ayudarte ¿qué es eso de lo que me hablas?
- Seré directo. No entiendo cómo ni porqué el hombre sabe lo que está bien o mal
desde pequeño y sin que nadie se lo explique- titubeé- como mi hermano Fixus
en el templo… Supongo que ya te habrán contado el episodio…
- ¡Pues sí!- dijo riendo- Tu padre y buen amigo mío, Hermias, ya me relató lo
sucedido ¡Buen ejemplar está hecho tu pequeño hermanito!
- ¡Me irrita pensar el ridículo en el que nos dejó!- dije perdiendo por un momento
la vergüenza.
Aristóteles agitó la cabeza comprensivamente:
- Piensa que cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse
con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el
propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Asentí y nos quedamos en silencio durante unos instantes, yo pensando sobre lo que me
acababa de decir y él buscando cómo ayudarme. Sus claros ojos azules brillaban. De
repente, mirándome fijamente me dijo lo que escribo a continuación:
- Dicearco, has de comprender que lo que te voy a explicar es algo que muy pocos
llegan a entender. Es un misterio del hombre que aún no ha sido descifrado del
todo. Pues bien, ¿qué es ese sentido moral que todos tenemos? La llamada ley
natural. Hablo de ella en mi Retórica.
- Sí –dije convencido. Yo me sabía la mayor parte de sus obras y era capaz de
recitarlas de memoria- En tu obra –proseguí- aparece que”
la ley es o particular
o común; llamo particular a aquella que, escrita, sirve de norma en cada
ciudad; común, las que parecen, sin estar escritas, admitidas en todas partes
”
(
Ret, 1368b, 7-10)
- Así es… - Aristóteles me miraba sorprendido- ¡no sabía que te interesasen tantos
mis estudios!
- ¡Más de lo que crees!- dije sonrojándome- E incluso sé cómo continúa: “
Llamo
ley, de una parte, la que es particular, y de otra, a la que es común. Es ley
particular la que cada pueblo se ha señalado para sí mismo, y de éstas unas son
no escritas y otras escritas. Común es la conforme a la naturaleza. Pues existe
algo que todos en cierto modo adivinamos, lo cual por naturaleza es justo e
injusto en común, aunque no haya ninguna mutua comunidad ni acuerdo…”
(Ret, 1373b, 4-11)… ¡Grandes palabras!... O eso me lo parecen porque
realmente no entiendo su significado…
Y lo que decía era verdad. Me había pasado largas tardes leyendo a los más importantes
filósofos. Muchos eran los días que me quedaba sin comer, y tanto era así que mi pobre
madre estaba muy preocupada por mí. Decía que esos libros llenarían de tonterías mi
cabeza y sólo quería que encontrase pronto una joven y bella esposa para que “esas
horas que pierdes leyendo, las llenes de amor y felicidad” Pero mi madre no
comprendía… ¡La filosofía era mi gran amor!
Aristóteles comentó:
-Yo considero la ley natural como una ley común y original que se funde en la razón
universal. No tiene su origen en ninguna convención y, muchas veces, sus principios
pueden entrar en colisión con los establecidos en las leyes particulares propias de
cada pueblo… Por ejemplo, a tu hermano Fixus le horrorizó el sacrificio del toro.
Sin duda ese acto alaba a los dioses, pero la conciencia de Fixus le alerta: “el
asesinato no está bien”, dicho en boca de un niño pequeño, y él en su inocencia
relacionó que tampoco era correcto matar a un animal.
Este ejemplo tan cercano a mí me recordó otro: la Antígona de Sófocles dice que es
justo, aunque esté prohibido, enterrar a Polinices por ser ello justo por naturaleza. Sin
embargo, ¿cómo es que la tienen todos los hombres? Y así se lo expuse a Aristóteles, a
lo que me respondió:
- La ley natural posee un valor objetivo. Está impresa en los hombres y no
depende de ideas propias o pareceres subjetivos. Se puede juzgar con acierto o
error respecto a ella, pero la ley natural es independiente de esas opiniones. ¿y
por qué crees que es universal?- me preguntó dando muestras de su gran
habilidad como profesor.
- Porque…abarca a todos los hombres ¿no?- respondí un poco indeciso- Quiero
decir… a pesar de las diferencias entre razas y culturas, todos poseemos la
misma naturaleza humana y por tanto los mismos derechos y deberes
fundamentales.
- Bien razonado- Aristóteles parecía contento conmigo y yo lo estaba más aún.
Pero hay algo que falta, otras dos características muy importantes de la ley
natural ¿Cuál crees que es una de ellas?
Me quedé pensando unos instantes ¿Qué podía ser? Ya habíamos nombrado su
universalidad, objetividad, que es propia del ser humano,… Pasaron los minutos, y yo
no encontraba una respuesta. Aristóteles callaba. Cerré los ojos por un instante
intentando concentrarme y busqué en mi interior… y así, de repente, un recuerdo vino a
mi cabeza: aquel día en el que con apenas cuatro años, yo, como mi hermano Fixus,
había llorado porque mi padre sacrificó al inocente cabrito que habíamos comprado
unos momentos antes. Como Fixus y yo, seguramente muchos más niños habrían
pasado por la misma situación antes.
- Es inmutable- dije sin dudar.
Aristóteles asintió con la cabeza y me dijo:
- Eso es, permanece a lo largo de la historia. Mientras el hombre sea hombre, no
pueden alterarse las normas que le afectan por el hecho de ser humano. Y la otra
característica que falta está relacionada en cómo conocemos la ley natural.
- A través de nuestra propia razón- contesté. Sí, sin duda así era, como yo había
hecho.
Ya no hubo más palabras. No habíamos estado conversando más de media hora, pero
tanto él como yo sabíamos que no había nada más que decir de momento. Mas antes de
volver al banquete me dijo algo que nunca olvidaré:
- Recuerda Dicearco que el ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona. Hoy, tal
vez ya has descifrado una parte del ser humano, pero al hombre todavía le queda mucho
por hacer. Lo que hoy es suficiente tal vez mañana ya no lo sea.
Al día siguiente, mi padre recibió una triste noticia. Aristóteles había dejado de respirar
mientras dormía. El estagirita había muerto pero no sin antes dejar huella en este
mundo. Y sin duda realmente cumplió con sus palabras ya que “el sabio no dice todo lo
que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”
María Ángeles Antolín Liñán (primer premio filosofia.hoy)